viernes, 18 de enero de 2013

LA BARCA


Una noche mientras  ella dormía y se embelesaba entre sueños y pesadillas, mientras que el frio del  viento cubría la playa solitaria, la barca tomó su rumbo.  Era de color amarillo, radiante como el sol de verano. Las olas se elevaban en lo más profundo del océano, la distancia se hacía más inmensa. El mar también la vio partir, la noche la encerró entre oscuridad y luz de firmamento. Era la barca, se había ido en busca de futuro, de sueños, de metas. Sus velas se alzaron y fueron dejando un silencio sepulcral, un silencio que dolía al otro lado del mar.

Las horas transcurrían, era el sonido estridente de la barca viajera. La cama sonaba cada vez más fuerte y los labios de Mery se mojaban de ansiedad e incertidumbre. Mery continuaba  revolcándose  entre sábanas,  por sus mejillas rodaban lágrimas, sudor y un poco de lluvia. Apartó de su ceñida cintura la cobija, pues el sudor la inundó. Se sentía cansada de correr,  deseaba alcanzar aquella barca que sólo pudo ver como un soplo. Cuando se encontraba en medio de la nada, con sus manos levantadas al cielo cayó sobre la arena blanca cubierta por innumerables huellas de abandono.

Miró hacia atrás y observó su pequeña cabaña desierta, ya no tenía importancia, estaba deshabitada.  Su gran amor, el hombre que alguna vez la hizo sentir realizada, sentir mujer y sobre todo encontrar la felicidad se había ido en aquella barca, ya no estaba, sus brazos no la enlazarían más junto a su pecho. Mery lloró aún con más fuerza. La luna se desnudaba de amargura acompañado la tristeza de una mujer que se moría de amor.

 Al pasar las horas, entró la luz por la ventana de la habitación, sonando aquel reloj viejo.  Mery abrió sus ojos y vio su cuerpo desnudo junto al de  Tomás, sonrió sin parar. 
 Era solo un sueño.